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- 2.:18- bre las alturas de la gloria y de la fama, venerado por los grandes, idolatrado por las muchedumbres, envuelto por el aura popular, no se desvaneciera, y permaneciera firme en la humildad, sin pegárseJe un átomo de las vanidades del mundo; y por esto Dios lo lleva por el camino füme y seguro de la humildad y de la esperanza, evitando los escollos de esta vir– tud, que son la desesperación y presunción en sus propias fuerzas. Beatas uir, cujus est nomen Do– mini .spes ejus, et non respexit ad vanitates et in– sanias falsas. (1) Ordinariamente antes de predicar era cuando te– nía que poner a prueba su esperanza. Mientras en la Iglesia o en la gran plaza esperaba la inmensa mu– chedumbre, Fr. Diego, arrodillado en un rincón, pa– saba angustias de muerte, porque no se le ocurría una idea ni veía cómo habia de salir de tan apretado trance . Entonces, abrazado al Crucifijo, renovaba su esperanza y subía las gradas del púlpito, ayudán– dole Dios con tal torrente de ciencia infusa, que era el asombro del auditorio. Mas donde resaltaba esta virtud era en el acto de contrición. Aunque hubiera aterrado a una ciudad, amenazándola con la ira divi– na, siempre dejaba abierta la puerta de la esperanza, y al abrazarse con el Crucifijo el ¡Dulce vida de mi esperanza! lo decia con tal ternura , que arrancaba amargas lágrimas de sus oyentes. Sermón en Málaga.-Un día, predicando en la Iglesia de las Religiosas del Cister en Málaga, afir– ma un testigo, que habló tan alta y maravillosamente· de ella, que el auditorio estaba asombrado de oírle. En este se hallaba un hombre de vida estragada, en la que llevaba 22 años, que, firmemente persuadido por sus enormes pecados de su condenación , habia (1) Pslm. XXXIX-5.

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