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-2--15 - sible, distinguiéndose por esto de la desesperación, que es causada por un bien imposible de conseguir. Asi como el mundo se di vi de entre creyentes e impíos , así hay qu e di vidirlo entre los que esperan en una inmortalidad y los que, no teniendo esperan– za, cifran su ideal en los goces de la vida presente. Hasta la venida de Cristo, durante más de 4.000 años, la humanidad vive de la fe y la e.,;peranza del Redentor, y después de su venida, de la espe ranz a en sus promesas, salidas de sus labi os di vinos. Aque– lla personificación del dolor, que en el desierto de Idumea ve morir a todos sus hi jos, desapa rece r sus riquezas y s u fortuna, sobreveni r la enfermedad y el abandono de los suyos, y ser relegado a un muladar infecto, en la queja más sublime que ha salido de labios humanos, proc lama ante los siglos venideros que hay un a virtud que e n aquell a tribul ació n no ha abandonado a su alma : Reposita est sries mea ;n sinu meo: «Hay una esperanza depositada en e l fon– do de mi corazón . S é que he de resucitar y con estos mismos ojos veré a mi Salvador.» Ese mi smo tipo su– blime es e l que se reproduce en e l san to, después del advenimiento de C ri sto, porque alejado de los s uyos, perdidas, no ya las riquezas, sino el deseo mismo de poseer, abandonado de todos, rodeado de en ferme– dad, sumido en el muladar de su prop io conocimien– fo, insultado por los mi smos que debieran ayuda rle , vive solamente de la sobrenatura l virtud ele la espe– ra nza. Esperanza del Beato Diego. - Entremos en el corazón del Beato Diego. Pasa junto a la grandeza, y la desprecia ; junto a los honores y los reh usa; jun– to a las riquezas, y las pisotea. S e ab raz a con la negación propia, con la mortificación de los senti dos y con la cruz de Cristo , y no hay trabajo que él no acometa , ni humillación que él no desee, ni tribula- li
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