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-2-12- decibl e cómo sostuvieron la fe vacilante del siglo XVIII. Ellos fueron la refutación de los impíos e in– crédu los; ellos confirmaron las creencias del pueblo fiel; ellos llenaron de aliento a los acobardados cató– licos ; ellc,s destruyeron los planes de la impiedad so– bre nuestra nación, y le demostraron que hfly un poder invencible contra el cual es inútil luchar, por– que reduce a pol vo a sus adversarios. Sus milagros fueron una apología viviente, indestructible, irrefu– table , grabada en el corazón del pueblo hasta nues– tros días; fueron el sello y firma con que Dios confir– mó la doctrina de rn Apóstol y el testimonio de la asistencia di vi na de Cristo en su Iglesia en las horas amargas de la persecución y el dol or. Y tan hel ada, tan muda, tan desconcertada quedó la ciencia impía, que ha amontonado a millares los libros y objeciones contra Cristo y contra todo lo sobrenatural, que en su último milagro, el sudor de sangre de sus huesos secos, no ha sabido qué responder, cuando la cien– cia católica le afirmó que era el milagro más grande del siglo XIX, único quizás en la agiografía cristia– na y en la historia de la Igl es ia.
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