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-2-11- arranque más sublime que el de querer suplir con su fe la que faltó a los infieles e impíos de su tiempo? En materias de fe, Fr. Diego es representante de la antigua intransigencia española. Defiende al Tribunal de la Inquisición, y se duele de que sus fa – cultades hayan sido mermadas para perseguir a los heresiarcas y libros impíos de su tiempo. Contra la revolución preconiza el «empleo de la fuerza », y se preocupa grandemente de que España, efecto de la infern al propaga nda, pueda perder la fe , lo cual la llevaría a la ruina. Insensible a los desprecios, tra– bajos, persecuciones y calumnias, solamente una co– sa puede herir su sensibilidad y llenarle de angustia: la sospecha de que en sus sermones o escritos haya una proposición no del todo exacta o conforme con la fe. Entonces se apresura a delatarse a sí mismo, o se apresta, si es atacado injustamente, a la defen– sa, sin permitir que pueda ser puesta en tela de jui– cio la pureza inmaculada de su fe. Es el único caso en que se defiende. Conocemos su delación a sí mis – mo, sus defensas y rectificaciones a proposiciones suyas. Al leer una de estas el presidente del Santo Tribunal, esclamó: O /zonzo, magna est fides tua! «¡Oh hombre, grande es tu feh> Fe en los milagros. -Tan grande como su fe en los misterios y en los preceptos, fué su fe en los mi– lagros, es decir, la fe como don del Espíritu Santo. Es la fe que traslada las montañas; la fe que en un momento dado, con la confianza de un niño obtiene de Dios el milagro estupendo, ya para convertir a un alma, ya para librar de castigo a un pueblo, ya para curar infinidad de enfermos , o ya, finalmente, para hacer toda la serie de prodigios que va relata– da en esta historia y nos queda por relatar. Este don, este conjunto de milagros, de que fueron teatros to– das las ciudades de Andalucía y de Espafia, no es

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