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- 238 - raudales dé luz y de doctrina; que convirtiera cada sermón en un tratado te0lógico, sublimado con des– tellos de luz infusa; que venciera la dureza del in- · crédulo con la prueba deslumbradora de/ milagro, y alentara la fe de los buenos acobardados, con la visi– ble asistencia divina, y aterrara las filas enemigas con su autoridad, escudada con la fuerza invencible de la fe católica, Todo esto lo fué el Beato Diego. Supo enseñar la fe, instruyendo al pueblo en las verdades revela– das y en los preceptos divinos; supo dar el pecho va– lientemente por ella, confesándola delante de los po– deres de la tierra , delante de los sabios y de sus enemigos; se consagró a defenderla, pues mientras él vivió fué como una muralla contra el error, que imponía miedo y pánico a los enemigos de Cristo; y padeció por enseñarla, confesarla y defenderla tra– bajos, oprobios, procesos y persecuciones sin cuen– to, que no lograron domar el valor inquebrantable de l Apóstol de Cristo. «Acudamos-decía a sus com– pañeros- a sostener entre los nuestros los derechos de nuestra fe, ya que no me es permitido publicarla y dilatarla entre los extraños. » (1) Hombre de batalla, no esquivó el choque, antes lo buscó, entablando combate con los enemigos de la religión. Por esto prefería predicar en las ciuda– des: «Porque en ellas- se le oyó decir-se hace más fuerte el enemigo, allí se engruesa el número de sus parciales, de allí salen sus viles emisarios, allí está el depósito de sus armas, y allí es donde una voz in– terior, a la que me sería muy duro resistir, me dice: «C lama, no ceses , oportuna e importunamente. ) (2) A lo largo de esta desesperada lucha hubo mamen- (1) P. Luis Antonio de Sevilla, pág. 82 . (2) !bid.
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