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-222- No se puede hablar divinamente de Cristo sin haber tratado a Cristo , y del trato intimo con él, y de la contemplación diaria de los misterios de su san– tísima vida, divin -,s ejemplos y celestiales enseñan– zas, se adquiere esa fe, esa confianza, ese amor y unión con Cristo que caracteriza al santo, y hace que Jesucristo mismo lo mire como a la niiia de sus ojos, y lo regale con ternuras inefables, y lo haga com– partir sus mismos dolores, y lo presente al mundo como el alarde de su obra redentora , como la obra acabada de su gracia, como el tipo moral contenido y formado en su Evangelio. Dos cosas- decía a su Director el Beato Diego– llenarían mi corazón, si las viese cumplidas: una la se– mejanza por imitación con Jesucristo, Ntro. Señor, y otra llenar todo el fin a que el Señor me ha desti– nado. » (1) En dos cosas hizo consistir esta semejan– za: en la imitación, ad inzitandum, y en la compa– sión , ad conzpatiendum, siguiendo a San Buena– ventura . Lo imitó , copiando una por una s us virtudes, no hablando ni obrando nada que no estuviera con– forme con s u doctrina. Su preocupación, su temor, su angustia fué el que pudiera hacer algo, lo más mínimo, que pudiera disgustar a su Jesús . Meditaba continuamente en los misterios de su sagrada vida, se consideraba como representante de los intereses de Nuestro Señor Jesucristo, predicando su Evange– lio y defendiendo a Cristo en cada pueblo, en cada ciudad y en cada alma. Su predicación, su figura, sus palabras hacían recordar lo que sería la predica– ción de Cristo, el cual perlransit benP/aciendo, pasó haciendo bien. Apariciones. - Esta ansia insaciable de imitarlo, (!) Carta al P. Francisco J. González, 29 de octu– bre de 1779
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