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CAPÍTULO 11 El Beato Diego como predicador. Recordemos, antes de empezar este capítulo, la c1parición de San lldefonso, dándole a comer a nues– tro Beato Diego un misterioso libro, al modo de Isaías; la visión de los santos Apóstoles, S. Pedro y S. Pablo, adnumerándolo entre los apóstoles; el mo– mento en que se le da por patrono especial a S. Ber– nardo , prorrumpiendo los úngeles y santos en el Lau– dare Dominum omnes gentes y en un cántico nuevo; las palabras del S. Francisco del Abrazo de Murillo, llamándolo a sostener a la Iglesia ; las revela– ciones sobre su misión de salvar a E!--paña; las ins– trucci ones que recibe del cielo , y tendremos el con– vencimiento de que no se trata aquí de un orador más, sino del gran Apóstol, del hombre providencial, -del enviado de Dios y monstruo de su siglo, cuya misión, recib ida del cielo y garantizada con estupen · dos prodigios, fué la de salvar a España y detenerla al borde del abismo. Todo cuanto puede contribuir a formar un per– fecto orador, lo encontramos en el Beato Diego. Estatura atlética, presencia majestuosa y venerable, voz clara , ametalada y dulce,santidad extn,ordinaria, ciencia infusa y adquirida, sólida y profunda, per– fecto dominio de la Teología Dogmática, Moral y Mística, asombroso manejo de la Sagrada Escritura,

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