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-166- temprano multitud de religiosos y seglares, que sa– lían conmovidos y edificados. Solía muchas veces estar bañado en resplandores, echar llamas de fuego por la boca después de consumir, elevarse en el aire, estar durante ella con el rostro tan inflamado y en· cendido, y salir tan caldeado en el divino amor, que, al poner las manos sobre algunos para decirles un Evangelio, no podían aguantarlas, porque parecían ascuas encendidas. Por respeto a la Sta. Misa y a los fieles, solamente tardaba de treinta y cuatro a treinta y seis minutos, dejando para la acción de gracias la expansión de sus celestiales sentimientos. Allí, a solas con su Dios, se derrite en lágrimas, jaculatorias y actos de adoración y de amor. Desde aquel momento hasta la hora de acostarse empiezan sus jaculatorias, llamaradas del volcán que abrasa su pecho, y sus comuniones espirituales, de las que él mismo confiesa que llegó a hacer más de 300 al día, rezándolas al dar el reloj, al entrar en la Iglesia, al empezar el trabajo, en cada salmo y a todas horas, porque su vida es una comunión espiritual continua. Siempre que le es posible, durante el día, se llega a visitar tl Sagrario. Junto a él prepara sus sermones y a él vuelve después de predicar, cargado de triunfos y _llevando millares de almas convertii:!as a los pies de Jesús . Ante el Sagrario y de rodillas lee las cartas de sus directores, y siempre que tiene un rato de ora– ción extraordinario, una fuerza irres istible le arrastra a los pies de Jesús Sacramentado. Sucesos ocurridos en sus viajes. - Sus biógra– fos hacén notar la repugnancia que sintió siempre a embarcarse. P2ra ei. 1 itar un viaje por mar se ve a Fr. Diego dar largos rodeos; mas esto obedece a temor de perder la Santa Misa o de perecer ahoga– do si n recib ir los S antos Sacramentos. Cuando no puede evitar el embarcarse, suplica al capitán o a 1
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