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CAPÍTULO Vlll Devoción a la Santísima Trinidad Si pudiera decirse que hay una devoción propia del hombre de ciencia, del teólogo y del santo, esta sería indudabl emente la devoción al augusto miste– rio de la Santísima Trinidad. Poco dice éste al igno– rante, que ha de limitarse aquí a creer, y en cambio, para el sabio-y. el teól ogo, nada existe que atraiga tan poderos amen te su atención corno el misterio de los misterios, el más grande de cuan tos nos enseña la fe. La inteligencia humana nunca se siente tan pe· queña, corno cuando se asoma, sostenida por la fe, a aquel abismo insondable, donde se siente el vértigo profundo de la inmensidad; pero nunca es tampoco tan grandé, corno cuando, apoyada en la revelación y la teología, trata, no ya de comprender, porque esto es imposible, sino de explicar y declarar este misterio adorable, cuya cifra misteriosa se halla im– presa en toda la inmensidad del mundo de la natu– raleza y de la gracia. El Beato Diego, gran teólogo , insigne escri· turario, hombre de estudio , sublime contemplativo, no podía menos que tener por su principal devoción al mister io de la Trinidad Beatísima. Desde peque– ñito la tuvo en s u corazón e ingresó en la cofradía de la S antísi ma Trinidad , vistió 5U escapulario, y en
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