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-11- s í las expiaciones y los castigos, y rese rvar la mise– ri cordi a para los pobrecitos pecadores. La impresiór: que producía esta venerable figu– ra era imborrable y profunda. Su estatura atlética, su barba blanquísima, que le ll egaba hasta la cintu– ra, la rara modestia de sus ojos, la singular dulzura Je su semblante, el encanto de su conve rsación, gra– ve y a la vez afable , causabH veneración desde el primer momento, y le conquistaba el amor y el cari– ño de todos los corazones. Si su porte y figura era hermoso, como Absa– lón, (1) su retrato moral era infi nitamente más bello. El resp landor de la virtud interna salia al exterior, envolviéndo lo en una aureo la de santidad y de ex– quis ita dulzura. Educado con esmero y destinado por Dios para trata r con los grandes de la tierra, era correctísimo y esmeradamente fino en su trato. Fi– nura de modales, elegancia natural sin afectación, de agudo y perspicaz ingenio, respetuoso y deferente con toda persona constituida en autoridad, a la que jamás dejó de dar su tratamiento adecuado, todo es– to hacía que se lo disputaran los grandes de la tierra, teniendo por honra grandísima hospedarlo en sus pa– lacios. Y como tenía que trat ar si empre con gentes de elevada posi~ón, supo hermana r la pobreza más extremada con la limpieza más exigente, y ser lim– písimo en su hábito y en su persona, hasta el punto de que pidió al Señor por gracia especial verse libre de toda suciedad, para que nunca en su trato sintie– sen los grandes del mundo fastid io ni repugnan– cia. » (2) (1) P.Jerónimo de Cabra. Oración fúnebre, pág. 20 (2) Perdónenos el que esto lea que, descendiendo a pormenores, inser temos el testimonio de su Director, el Padre A lcober : «El hábito no se lo mudaba si11u con la precisión de remendarlo, habiéndose dado caso de

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