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-10- Bastará coger el pensamiento del santo y presentar– tal cual es, su corazón y abrirlo de par en par, su cuerpo lleno de cilicios, y mostrarlo para que se vea la víctima; proyectar la luz sobre él, para que se vea al hombre, y el retrato aparezca vigoroso y enér– gico, sin perder una línea , arracándonos un grito de admiración y entusiasmo, por que no podemos disi– mular !a simpatía en presencia de la santidad y el heroí smo, ni la atracción irresistible que nos produ– ce la belleza moral de los enviados de Dios. Orlado por la aureola de claridades ultraterre– nas , llevando en su frente los secretos de la sabidu– ría, en sus oj os la gravedad y la modestia, en sus labios, custod ios de la ciencia, la llave de una pru– dencia exquisita, en su rostro la gracia y sugestión meridionales , en su cuerpo el peso de los cilicios , en su cintura la ley de la penitencia , en su pecho el se– creto de unos amores divinos y el tesoro inexting11i– ble de la misericordia, grieteados los pies por bus– car a las ovejas extraviadas , elevado unas veces a las alturas de la contemplación y hundido otras en el abismo del propio conocimiento, la semblanza moral del Beato Diego José de Cádiz es la de un hombre en todo extraordinario; su vida interior es más su– blime que la exterior y pública, y es inmensamente más simpático en la intimidad, que cuando en ocasio– nes solemnes tiene a una ciudad y a una región en– tera absort as y suspensas del torrente caudaloso de su elocuencia soberana. Si hubiéramos de expresar en un concepto la no– ta distintiva de su carácter, la condensaríamos sola– mente en una palabra: simpatía. Extremadamente simpático, era amado con de lirio, precisamente po r– que en aquel corazón inmenso cabían todos, a todos los amaba, por todos se sacrificaba, aun llegado en exceso de heroísmo y de audacia santa a pedir para

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