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-132 ~ a su pueblo el paso para la tierra de prom1s1on. Maldice en su Evangelio a los que escandalizan a los piadosos, y enseña por el Evangelista S. Juan que los tales llevan la señal de su eterna perdición, por semejantes al mismo Lucifer. Hágase V. E. car– go que este pecado es destruir en un alma cuanto Jesucristo ha edificado y obrado en ella para salvar– la, y conocerá cuánta es esta culpa. Ella le roba la vida de la gracia, ella la conduce a la eterna muerte y ella hace inútil para aquella alma que escandaliza la sangre de nuestro Redentor. Si la sangre humana derramada injustamente clama al cielo por venganza y cast igo ¿qué hará la de Jesucristo , malograda en un alma por el escándalo ajeno? Piénselo V. E., ya que no es una sola, sino muchas , las que en seguir su ejemplo se arriesgan, y cuánta será la eficacia del clamor de un alma, perdida por su causa en la divina presencia. Jesucristo , no yo, dijo en la Misión que sería in– cluido en la maldición que dió a su antiguo pueblo contra el que se atreviese a reedificar la ciudad de Jericó, que por medio de sus sacerdotes había de· rribado y destruido, el que tuviese valor de levantar el teatro de comedia que dejaba extinguido. V.E. es el que lo hace: vea lo que se promete. No soy pro– feta para amenazar a V. E. con castigos ni digo tal cosa;-aunque tampoco dejo de decirlo - pero sí digo que la causa es de Dios, Su Majestad es el ofendido, su palabra la despreciada, su doctrina la desatendi – da, y las almas, que tanto le costaron, las que reciben este escándalo. Los fines de mi predicación, y de to– das mis tareas, no son otros que la mayor gloria de Dios, el bien de mis prójimos y la salvación de todos. Dios es el que me envía a los pueblos a que les anun– cie o enseñe el camino del cielo por el aborrecimien– to del pecado y observancia de su santísima ley. Esta
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