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CAPÍTULO VI El Beato Diego y el teatro. En la segunda mitad del siglo XVIII, que es cuan– do ini cia su apostolado nuestro Beato Diego, el tea– tro españo l del siglo de oro pasa de moda para dejar paso al pseudo-clasicismo francés con las tres céle– bres unidades. Con la corriente de imitación francesa penetra en nuestra patria el virus del filosofismo, de la enciclopedia y la revolución , perfectamente disimulado, porque lo mismo Voltaire que los demás corifeos de la tragedia, ponen en cabeza de Mahoma y otros semejantes sus declamaciones contra la tira– nía y sus ideas antireligiosas y anticlericales. A los que estuvieron en el secreto no se les ocultó nunca a donde iban dirigidas. Creían aquellos buenos señores, aristócratas, li– teratos y clases ilustradas, que se iba a regenerar a España, abriendo un teatro en cada dudad y en cada pueblo, y a esto llamaban ilustra ción, tachando de misántropos a los que se atrevían a oponerse. Nos– otros mismos, que vemos llenas de teatros y cines a nuestras ciudades, apenas podemos comprender el. furor teafral que se apoderó de nuestros abuelos. Era moda en los palacios de los ari stócratas tener sus espaciosos y ricos teatros , donde se representa– ban las tragedias y comedias de importación francesa;
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