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- 8-- degeneración y decadencia de su siglo, para que re– salte más el conjunto de líneas del hombre llamado a regenerarla y contenerla. Es uno de los grandes va– rones representativos de su raza. No hay en él un trazo débil: es un tipo de santidad robusta y varonil, que se destaca majestuoso sobre la mediocridad que le rodea. Hoy se quiere dibujar la vida de los santos en grandes cuadros, en los que la semblanza de estos queda como esfumada, tratando de poetizar la santi– dad y de convertir la virtud en un idilio. Parece co– mo que nuestros tiempos no pueden sufrir la robusta figura del heroe, la austera silueta del penitente , la enérgica palabra del apóstol, ni la claridad deslum– bradora de lo sobrenatural. Si se presenta la virtud con todos sus heroísmos, desamp aros y consolacio– nes celestiales, al momento es relegada a la región de lo inaccesible; y si se considera al santo con esa alegría sana que lo envuelve, en los mil accidentes de su vida ordinaria, no faltará quien lo encuentre demasiado humano y vulgar, cuando, lo verdadera– mente emocionante e instructivo para nosotros, de– biera ser ver lo sobre¡Eitural triunfando de la resis– tenci a de la naturaleza, elevando y dando mérito a las acciones ordinarias, y la libertad humana coope– rando a la gran obra de la propia santificación. La santidad, aunque una substancialmente en la Iglesia de Dios, presenta infinita variedad de tipos a lo largo de la histori a Hay santidades idilicas como la de Teresita de Jesús; simpáticas y tiernas, como la de la Doctora j e] Carmelo; poéticas y encantadoras como el Serafín de Asís; robustas y geniales, como un S. Agustín; atormentadas y tempestuosas, como un S. Jerónimo ; fuertes y ejemplares de fortaleza, como Santa Cecilia y Santa Inés; cultas y finísimas, como el Crisóstomo o San Buenaventura; activas y
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