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-G - dos a la fatalidad y a la desgracia ; y hasta el alma nacional, perd ida la conciencia de su propio valer y la noc ión exé!C!a de su personal idad, hipotecada hasta la libertad de pensar por cuenta propia, cua I veleta movediza, g ir a a todos los vientos, muerto el ideal reli gioso que la sostenía, y trat ando de buscar su grandeza en el abismo de todas las negaciones . Es la raza ent era que aparece degenerada, que entrn en pl ena decadencia, que se deja suplantar en el mundo, y que pierde, Dios sabe hasta cuando, su preponderancia y hegemonía . El hombre que había de contener la decadencia de su pueblo, es un re presentante de la vieja Es– pañé! y un ejemplar de la raza de los an tiguos con– qui stadores. Ti ene el espíritu de los profetas de Is– rael para predecir la ruina de su nación y seña lar los medios de evitarla. Ti ene la fe de los apóstoles, la fort aleza. de los mártires, la ciencia de los doct ~res y la conciencia exacta de su misión. Sabe a dónde va, y sabe también señala rle el camino al poder, a la ciencia, a la literatura , al arte , a las clases socia les y al alma nacional, en una palabra, si 4uieren aban– donar la vertiginosa descensión al abismo y empren– der el camino de su regeneración y de la verdadera grandeza. Nosotros acabamos de ver que previó con mirada profética hasta las últimas consecuencias de esta gran locura suicida, ll amada la revolución modern a. España nu conoció el día de su visitación. No encontró el Embajador de Cristo reyes que exami– nara n sus poderes y respondieran al llamamiento di– vino; ni políticos que estuvieran a la altura del mo– mento histórico y tuvieran conciencia de la misión de España, ni ciencia a quien dar el empuje salvador, para que no quedase desacreditada y envilecida por la impiedad; ni clases directoras, que, saliendo del

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