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- 7-c!- a mano a un santo, que hacía mil agros t an ru idosos, no se valía de su poder , de su influencia o de su rn r– go para consult arl e, encomendarl e sus asuntos o pe– dirle la salud de un ser quer ido? Esto es tan humano, que se cae de su peso . El Beato, pues, no tuvo que alejarse de los conventos , porq ue encontra ra en ell os desamor, antes al contra r io, desde el Superi or hasta el último, t odos lo veneraban y no cabían en sí de go7o de t ener aq11ella glori a de su Orden, ante quien dobl aban la rodi lla los poderosos del mundo, sino por necesidad y por una disposición de la D ivina Providencia, m{1s clara y ev idente, a medida que se estudia a fondo su vida, de la cual fuera insensa to, puesto que los documen tos lo prueban, saca r ningún cargo ni contra el Beato, ni contra la Orden Capu– china. Dirección del P. Fernández. - Empezó t ambién por este t iempo, como hemos insinuado ya, la direc– ción espiritual del P. Fernández. A fo rtunadamente nos ha quedado, conservado por el P. Alcober, el relato del V. P. González , que comprende t odo este periodo de su vida . Seguramen t e pensó dejarnos los datos de la vida de su dirigido, previendo con mira– da profética que ocuparía los altares; y así, mientras ordenaba al Beat o la relación de su vida, que hemos insertado, escribió él uná relaci ón de su dirección, dejándonos así una biografía del siervo de Dios, de valor inapreciable. Di ce así: «Luz divina y verdad et erna gobierne mi enten– dimiento y pluma, para que, a gloria suya, edifica– ción de los que esto leyeren y conservación de lo que esto pueda conducir a conocer a mi muy amado y venerado hijo Fr. Diego José de Cádiz, misionero apostólico capuchino, pienso escribir. Amén. Para su inteligencia supongo nada diré que no lo tenga por mí mismo oido de su boca , o de lo mucho que de
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