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-7'2- A pesar de llevar una vida santísima en aquella •casa, fué acerbamente criticado por sus émulos, o envidiosos, de no estar en el convento. Por esto sintió muchas veces escrúpulos; pero, al ir á expo– nerlos a su P. Provincial, le atajó éste la P"labra, y le ordenó que callara y obedeciese, porque era su expresa voluntad que estuviese allí. A la venida del Rvdmo. P. General, en Santa Visita, le expuso sus temores, y éste le ordenó que se estuviese allí todo el tiempo necesario y cuando los médicos lo mandaran. Los mismos médicos , en sus continuas enfermeda– des y achaques, impusieron su parecer al Beato y a los Superiores, por creer que el clima de la Serranía era el más apropósito para curarlo. Todavía se con– servan en aquella santa caszi la habitación suya, los ornamento::: , la tina de barro donde se baiiaba y las cosas de su uso, excepto la cama , que se venera como reliquia en el altar del Convento de Sevilla. Había además para la estancia en Ronda otra razón poderosísima. Era ordi nario, al llegar el Beato a nuestras casas, que acudiera gran tropel de gentes, porque pueblos y ciudades se precipitaban sobre el convento, donde estaba el hombre del día. Per– turbábanse todos los actos de Comunidad por la afluencia de seglares, y hasta a altas horas de la no– che era preciso admitir visitas de los primeros per– sonajes de la ciudad, de la nobleza y de las autorida– des, con lo que padecían no poco la quietud y el so– siego de nuestros c.:nventos , y se originaba una serie de disgustos, que desazonaban tanto al Beato como a los religiosos. De madrugada estaba llena la Iglesia para oírle la Misa ; no había manera de que desalo- _ jaran lqs claustros personas respetabilísimas y bien– hechores insignes; para salir él era preciso un piquete :de soldados, y aun así volvía al convento trayendo -destrozados el hábito y el manto . ¿Quién, teniendo

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