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- í'J - pero se excusó diciendo que no dependía de él, sino del P. P rovincial. Escribie ron ell os al P. Provincial, Fr . Antoni o de Irl anda, pidiéndole que mandase al P. Di ego que cada vez que fuera a Ronda se hospe– se en s u casa, y el P. Provincial, informado de la ca lidad de di chos seilores, se lo mandó al Beato , al que, por estar ele conven tu al en Ub rique, le era in– dispensable pas:1r mu chas veces por esta ciudad. Tal fu é el principio dernestancia en Ron cla,en qu e intervino-como dicen sus biógrafos- ele parte de los seglares, la ca ri dad; de parte de la Rel igión, la gratitud, y de parte de Fr. Diego, la obediencia; y de parte de Dios, una especialísima providencia suya en uni r a esta familia tan íntimamente con nuestro Beato Di ego y hacer a aquel la santa casa teatro de los mayores mil agros. En aquella mansión, sombrea– da por el dolor . pues se les hab ía mue rto s u hija úni– ca, y al ai1o se murió D . Manuel , vivió el Beato Die– go como en un desierto. Su vicia era la misma que en el conven to, si n que nada turbara su oración ni su es tudi o. Sus habita ciones estaban separadas del resto ele la familia, y tan abstraiclo vivía ; que sólo en la hora de comer y un breve rato, cuando volvía ele la Capilla el e la Paz, hablaba con ellos. Su cama, su comida, su aposento, en nada desdecían de la santa pobreza. J amás pidió cosa alguna, teniendo D. ª Te– resa y D .ª Antoni a Herrera que adivinar sus nece– sidades; y ni siquiera salía a la calle, si la cariclacl no le obligaba a confesar, predi car, asistir a enfermos . o dirigir religi osas . Las únicas salidas eran al tem– plo de Ntra. Señora de la Paz, que estaba enfrente, para decir Misa, pasar largos ratos en oración y cui– dar del adorno y aseo de la Iglesia. En la soledad de aquella Tebaida apacible oraba sin intermisión, eva– cuaba sus consultas y escribió la mayor parte de sus. obras para darlas a la prensa .

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