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-660- pasando, usando diariamente del lamedor de adormi– deras, como único remedio, dicen, para que a largo tiempo el dolor se acabe. Dios cumpla en mí su san· tlsima voluntad. Mi interior sigue en su habitual disipación, sin ocurrir cosa particular. No obstante, me parece que las tentaciones, que en estos días suelen ser frecuen– tes contra la ~anta pureza, deseo despreciarlas pura· mente por el amor de Ntro. Señor Jesucristo, por no desagradarle y por no serle más ingrato. Ojalá qu e así sea y que no abuse yo más de su bondad. No sé qué imán o tirantez advierte mi alma hacia Ntro. Señor Jesucristo, que aun en medio de mi in– creíble disipación, no deja de advertirse, y veo prác– ticamente el Mihi vivere Clzristus est, porque sin su gracia, amor y asistencia es como imposible vivir. En esto 110 h~y más que el conocimiento especulativo de su verdad. No crea usted otra cosa. No puedo más .» (1) Le era imposible vivir ya separado de Cristo . Había llegado a la cumbre de la perfección , a la per– fecta unión con Dios. Su vida era Cristo, y desde aquel monte santo de la santidad iba a emprender el vuelo haci a la gloria para abismarse en la visión beatífica. Mas antes que se apague esta luz esplendorosa, hemos de examinarla, como la Iglesia examina a sus santos: a través de sus virtudes heroicas y de las gracias y dones del Espíritu Santo. Hemos de retra– tarle tal como es, en toda su grandeza, para que así no resulte incompleta su semblanza ni nosotros que– demos privados de las sublimes enseñanzas del gran Apóstol y del ejemplo admirable de sus virtudes altísimas. (1) Cartas de conciencia, 10 de marzo de 1801.
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