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- 652 - La notoria docilidad de este religioso, su profun– da humildad que tengo experimentada en algunas ocasiones, y la protesta solemne que él mismo hace, en el tomo V, página 138, de borrar, mudar y co– rreg ir cualquiera proposición, clausula o ex pre– sión que izo sean conformes .. . me hacen creer que por este medio suave y decoroso a su persona, en cuanto es posible, podrá más bien que otro alguno proporcionarnos el fin que se desea. » Ante la solución del Inquisidor General nos atre– vemos a sostener que la docilidad del Beato Diego no llegaba a tanto que se prestase a subscribir pro– posiciones erróneas y regalistas, en abierta oposición con la profesión de su fe, y ahí está su defensa autó– grafa para demostrarlo. El equivocado no era el Beato Diego, sino el Inquisidor General, los delato– res, censores y calificadores . Reconoce a renglón seguido el Inquisidor Gene– ral, que el pretender cortar de raiz esta doctrina, si no es en lo humano imposible, es en su dictamen, una obra larga y muy dificil. Pero mientras Gómez de la Torre se queda parado ante la imposibilidad de la empresa, el Inquisidor General propone medi• das verdaderamente graves. Velar por el cumpli– miento de las providencias de Carlos III para deste– rrar de las Universidades de España la doctrina opuesta a la independencia absoluta de los monarcas; promover los libros de buena y sólida doctrina, y ce– rrar la entrada a los malos, especialmente los que sostienen la soberanía popular, cu idando que la pren– sa no publique nada sin someterlo a la censura de varones instruidos; y, finalmente, no elevar a los empleos superiores del Estado y de la Iglesia sino a personas instruidas y sabias. Lo restante del documento lo dedica el Inquisidor General a la cuestión batallona entre la Inquisición y

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