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-43- se habían conjurado para perderla. ( 1) «Por este tiempo- escribe al P. González-se empezaron a hacer públicas las cosas del siglo ilustrado contra la Santa Iglesia ; salió el Febronio, el Bosnet, el jui– cio Imparcial, etc. Me instaban los leyese para salir de mis ignorancias. » «No es decible, Padre de mi alma, cuánto fué el ardor que sen tí en mi alma para remediar estos ma– les; neguéme a leer estos papeles, no quise ap ren– der a leer fran cés por el horror que concebí a los li– bros que de allá venían de estos asuntos . ¡Qué ánsias de ser santo, para en la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de sali r al público, para a cara descubierta hacer frente a los libertinos! ¡Qué inclinación a predicar a la gente cul– t a e instruida! ¡Qué ardor por derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creido! Desde entonces me incliné y aficioné a la oración : Ecclesiae tuae quaesumus, Domine, preces pla– catus admitte, utdestructis adversitatibus eterro– 'ribus universis secura tibi serviat libertate. » (2) Dios lo llamaba para dar la batalla a aquella in– fame turba de malvados, conjurados contra la Igle– sia de Cristo; pero antes lo quería preparar en la escuela donde se templan las almas grandes, y donde Dios habl a al corazón de los santos: en la soledad. (1) Desde 1759 V9ltaire no nombraba a Cristo, sino llamándole El Tñ]ame. (2) El Director Perfecto. Carta al P. Francisco J. González, 20 agosto 1779.

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