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-41 - quico actual, constituyendo las tres fases de la revo– lución moderna, arrancan de estos tres libros funes– tos, qlle, jL111tamente con las obras de los filósofos y enciclopedistas franceses, empezaron a correr por todas las manos, como la última pata·ora de la illls– tración y de la libertad. En el mismo santuario se spresurab,111 a salir de la ignorancia, leyendo aque– llos libros que rebosaban odio y espíritu cismático contra la Iglesia. (1) En tal sentido instaron a Fr. Diego a que saliera de su ignorancia y los leyese. Nuestro joven Após– tol se horrorizó; se asombró de que se le diera al Febronio fama tan inmerecida, y después de pasar la vista por él, corrió a la cocina y lo redujo a cenizas, y, yéndose enseguida a la Iglesia, hizo protesta ante (1) D. Angel Salcedo en «La Literatura Española.» - Tomo 111.-~. 0 Edición, 1916, dice así: «En el orden religioso lc1 incredulidad sentó aquí sus reales. Como, según la frase de la época, no era perso– na de pro la que no hubiera escupido en París, y ya era costumbre la admiración por la literatura francesa, de la capital de Francia, a donde hacían frecuentes via– jes los grandes y los afanos os de ilustrarse, venían las ideas y los libros que allá se publicaban, unos regalis– tas, (v. g .) el Febronio, autorizados, o mejor dicho, protegidos por el Gobierno, otros subrepticiamente o . casi tolerados. Espaiía se inundó de tales libros, y los hubo en las casas particulares, en las universidades y conventos. En la Vida de Fr. Diego de Cádiz, por el P. Serafín de Hardales, se lee, retiriéndose al decenio 1760-70: «P, ,r este tiempo se empezaron a hacer públi– cas las 1aeas del siglo ilustrado contra la Santa Iglesia, salio el Febronio y los demás libros de este jaez; ve1a nuestro Fr. Diego la afición con que tod0s los Irían, !u mucho q11e los celebraban; pero él, por más que hicie– ron y aun lo estrecharon para que los leyese, no lo pu– dieron conseguir, por el horror que le causaban sus doctrinas, y este fué el motivo por qué nunca quiso aprender a leer el francés, por el odio que concibió a los libros que ele allí venían de estos asnntos. ».Si a un no•

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