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- 615 - que si hubiera muerto en Granada, con la profana– ción de la Iglesia de Capuchinos, hubieran desapare– cido sus restos, dificultáridose así grandemente su proceso de beatificación. La salud del Si ervo de Dios se iba resintiendo cada vez más, y en t odo el verano no se vió libre de males. Así lo confiesa él en esta carta: «Después que escribí a usted mi última intenté repetirle pron– tamente con otra; mas me lo impidió la necesi dad de repetir otras tres sangrías, porque ni los baños ni los refrescos bastaban en templar el grande incendio de la sangre. Ya, gracias a Dios, me hallo mejor, y voy continuando los refrescos. Bien me persuado que sin milagro no puedo volver ya a la perfecta ro– bustez y sanidad de los años pasados, y por lo tanto miro mis malecillos como una especial misericordia del Señor,para que no aparte de mí la memoria de la muerte con la necesidad de prepararme con tiempo para ella . Esto me llena de temores, porque no tra– to de prepararme con la verdad y eficacia que exige un asunto tan interesante. Esta misma me reproduce la necesidad de la ora– ción para el santo ministerio de la predicación que se me prepara, trayéndome muy frecuentemente a la memoria la espada sin puño con la voz: Esa es la pre ticación sin oración. Cada vez que predico se aumentan este conocimiento y estos deseos, pare– ciéndome poco el unir entonces mi voluntad y mi al– ma con la de Nuestro Sei1or Jesucristo en el acto y fin de su predicación. Me parece inútil lo siguiente, no obstante, lo digo a usted por si para algo con– duce. El religioso con quien aquí me confieso, que es bastante docto, muy práctico en el confesonario y un continuo ejercicio en la dirección de las almas, me ha referido que una de singular aprovechamiento•

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