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614 - tonces más notable y me es más doloroso, singular– mente si es de los que ven otros, porque el mal ejem– plo que en ellos doy, aunque sea lo que fuere, es una espada agudísima que me transpasa el corazón . Aun en esto temo a mi amor propio, porque sin deja r de conocer lo que en esto se nos enseña, temo si mi hu– millación no es perfecta, por el sonrojo, rubor y tal vez desaliento con que me presento después en el púlpito por aquel motivo . En suma, Padre mío, me parece que las tareas de mi ministerio no me impiden el trato interior con Dios, sino mi suma miseria y la difi cultad que en todo hallo para hacerlo con toda la perfección que exije la materia. Este es un bosque– jo de aquel mapa, pero tan ma l dibujado , que no sé si usted lo entenderá por mi ma la explicación. Por último, quiero que usted sepa que jamás se ha retirado mi corazón de su enseñanza, ni entibiado en la resolución de obedecerl e en medio de las ten– taciones en que me ha puesto de que se disponía us– ted y disponía las cosas para darme de mano. No es pequeño golpe el que me ha dado oírle a usted mi engaño en esta parte, y no es fácil de explicar el aumento que ha tomado mi esperanza en Dios (a mi parecer) de que si usted viese todas mis cosas como ellas son, y yo no sé decirlas, que tod ; sucederá prósperamente. » (1) Así terminó el asunto de la conventualidad de Granada. Dios no permitió que fuera allá . La Santí– sima Vi rgen ele la Paz le tenía concedido que moriría en Ronda y sería sepultado en su Iglesia. Sobrev ino el cólera, y Ronda le hizo saber que no consentiría de ningún modo que saliera de ella, porque t 2nién– dolo allí, se creía segura del contagio. Y finalmente, en lo que más resplandecen los juicios de Dios, es. (1) Cartas de conciencia, 1 de agosto ele 1800.

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