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- 576- distraído como siempre, me ocurrió a la imaginación una fuente sobré la faz de la tierra, cercada con un brocal de pozo, abierto por un lado para que corrie– se el agua . Esta era muy cristalina, pero poca, tanto que no hacía pc,zo, sino nacía y corría a regar no sé qué campo o huerto. La fuente estaba ocupada de piedra y de alguna tierra, y de entre esta y aquella manaba por todas partes el agua . Me pareció que en esto se me daba a conocer que la doctrina que pre– dico es d:- Dios, y por eso es pura; pero que mi in– terior es tal, que sólo hay en él piedras y tierra de de faltas y de miserias. Me humillé, pedí misericor– dia, me ofrecí a su Majestad, y clamé por el remedio de mis necesidades y de las de mis prójimos. Basta de canseras. » ( 1) Esta misma visión se la comunica a su íntimo el P. Francisco de Asís González; pero añade tales noticias, que no podemos resistirnos a copiar su car– ta, de lo que se desprende que el Señor había reve– lado a la Hermana Antonia el estado a que había lle– gado el Beato Diego: «Amadísimo hermano de mi alma: Dios te pague con eternos premios el inexplicable consuelo y dila– tación que has dado a mi corazón con la asombrosa carta que me incluyes de esa bendita criatura, a quien soy deudor en lo que nunca le podré pagar. ¡Pobrecita mía! Eso le faltaba, el derramar su san– gre y sacrificar su salud por este gran bestia de tu hermano. ¡Qué cargo para mí en el tribunal de Dios que un alma inocente, que nunca le ha ofendido, haga tan dura penitencia, y que habiendo yo pecado en todo tanto, no sólo no hago lo que ella hace, sino que ha de hacerlo por mí! Dios se lo pague, y a tí con ella, un beneficio tan incomparable . Díle, si te pa- (1) Cartas de conciencia, 15 de noviembre de 1798.

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