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- .'iGS- mía con la suya, y excitándome antes a algún acto de caridad con aquellas almas y pedirle que fuese suya toda la gloria y que no me permitiese se la usurpase con la más leve complacencia. La ocupación ha sido t"lnta, que he faltado mu– chos, o los más de los días, a la oración por la noche; pero ha sido muy raro en el que no haya tenido las tres disciplinas y los tres cilicios, mientras que pre– dicaba, siendo uno a modo de corpiño que vestía la caja del cuerpo, desde la cintura hasta debajo de los brazos, y en los días que predicaba por la mañana y por la tarde no me lo quitaba hasta la noche. » (1) Carta al Padre González. - Escribiendo a su amigo y confidente, el P . Francisco de Asís Gonzá– lez, es aún más explícito: «Hice en Cádiz la santa Misión, y me aseguran que se dignó el Señor de usar de sus misencordias con aquel pueblo y con mu– chas almas en particular . La que se hizo a los seño– res de las Iglesias protestantes fué singularísima. Fué de cinco tardes, y puedo decir con verdad que en cada una ví un prodigio , porque, subiendo al púl– pito sin más preparación que haber leído una o dos veces los gravísimos puntos de controversia, sin co– locación, orden, etc., hablaba dos horas, o la que menos, hora y media, con ad~niración mía y suma satisfacción y complacencia de los oyentes . Asistió a estos sermones un crecido y escogido concurso de las primeras gentes de la ciudad, ocupando el primer lugar los protestantes y los cónsules de todas las respectivas naciones. El modo de la predicación fué amable, caritativo y con grande urbanidad y suavi – dad no aparentada y sí muy de corazón, y esto, con el peso de las razones y la gracia del Señor, los atrajo en tales términos que, hechas las tres "prime- (!) Cartas de concier.cia, 11 de mayo de 1798.

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