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- 556 - mos para ello; pero sólo digo a usted dos. Uno la ninguna proporción de libros para las obras que ten– go entre manos, unas dimidiadas, otras principiadas y muchas en bosquejos. Las librerías de estos con– ventos apenas pueden servir para estudiar un poco de moral. Otro el no haber en ellos enfermería. Sabe usted que estoy imposibilitado por mis males habituales de seguir a la Comunidad en los Advien– tos, Cuaresmas y otras temporadas que tenemos de ayunos; que, no sólo en esto, más también en otros puntos de la vida común, no puedo turnar con los demás religiosos en estas cosas, a los que es muy gravoso un enfermo habitual, y para éste de mayor penalidad, conociendo lo que es esto. Por esto se me ha propuesto el de Sevilla, no por inclinación, que nunca la he tenido a vivir en él, sino porque conozco que en ningún otro convento de la Provincia hay el conjunto de circunstancias que en él para el fin que se intenta y para ocurrir a mis ne– cesidades de libros, porque tiene una grande y ex– celente librería y enfermería, porque la hay de Co– munidad, y es una de las tres únicas que hay en la Provincia y la mejor de todas. Cuando nuestro Pa– dre Fray Jerónimo me propuso ir al Castillo, aun no tenía yo estas necesidades, y con todo, con muy po– cas palabras que le dije, desistió enteratrente del asunto. Al fin, Padre mío, no nos conviene el del Castillo . Si usted aprueba el de Sevilla que, (coram Deo) conozco es apropósito, con su aviso practicaré las diligencias correspondientes con los PP. para que tenga efecto. » (1) Insistió el P. Alcober, y el Beato Diego le con– testa: «Acabo de recibir la muy apreciable de usted del 24 del pasado con el consuelo interior que todas. (1) Cartas de conciencia, 7 de julio de 1797.

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