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- 553 - contemplación. Sentimos que la contestación del Pa– dre Alcober se haya perdido; pero de la carta del Beato se deduce que esta fué la sustancia del anun– cio. En realidad el Siervo de Dios había llegado a esas alturas; pero de una verdad cierta sacó el Pa– dre Alcober dos consecuencias equivocadas: la de que debía retirarse a Granada y la de entregarse ex– clusivamente a la contemplación, equivocaciones am– bas que dieron que sufrir muchísimo al Beato Diego, en cuyas facultades no estaba el elegir convento, ni entregarse a la contemplación en las delicias de la soledad. El Padre Alcober no debió olvidar que pue– de un santo llegar a las más altas cumbres de la con– templación y a la más perfecta unión con Dios, aun. en medio de los trabajos, inquietudes y asenderea– das tareas del apostolado, como precisamente ocu– rría con nuestro gran Apóstol. Veamos ahora los sentimientos del Beato, al reci– bir dicha carta: «He leído una y otra vez la ya cita– da de usted. Confieso me sorprendió el aviso de Jo , que quiere Dios de mí, al modo del que recibe la no– t icia de una felicidad que apetecía, pero no esperaba, por considerarlo imposible. Unde lwc milzi?- re– pite mi alma sin poderse contener. ¡Yo llamado a la contemplación, a la unión con el Sumo Bien y vida de mi alma! ¡Yo que no he saludado de la vida espi– ritual las sendas místicas, que no he dado un paso por el camino del espíritu, que ignoro totalmente lo que es vida interior y espiritual! ¡Yo, cieno de iniqui– dad, juguete de mis pasiones, esclavo de mis apeti– tos! ¡Yo, que jamás he sabido lo que es oración men– tal en sus prácticas! Siempre disipado, indevoto y casi siempre repugnante en ella: en medio de u~ amor entrañable y de un deseo insaciable de ternura, y que en sus ejercicios he cometido más faltas tal vez que minutos gastado en ella. ¡Yo, que ni entien--

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