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-547- por muchos, y, que como su predicación era fuerte, se murmuraba ocultamente contra ella . En IR noche en que era más extraordinario el concurso , presentó, como se dice, la cuestión de confianza. No era él el que venía, sino Cristo el que le enviaba: Pro Chrisfo legatione fungimur, y, comentando este texto de S. Pablo, y exhortando a los partidos enemigos a reconciliarse, empezaron a oirse truenos cada vez más cerca, los relámpagos se fueron sucediendo con rapidez aterradora, y la tormenta se colocó encima del templo. Siguióse un momento horrible. El Beato Diego interrumpe el sermón y empieza a rezar con el pue– blo el Santo Trisagi0; el auditorio, presa del terror, temiendo perecer aplastado, intenta salir del templo; la confusión crece por momentos, y entonces el gran Apóstol, sobreponiéndose al pánico general, grita con todas sus fuerzas : -¡Hijos , quietos! ¡Clamemos a Nuestro Padre Jesús! ¡Nada malo nos sucederá! Un relámpago vivísimo; un rayo que hace crujir el t emplo y penetra en él, como un globo de fuego, arrastrando a una enorme piedra de cantería de la cornisa; un ¡ay! angustioso de todo el auditorio, y ¡oh prodigio! cuando todos creen perecer aplastados, ven al rayo, que, des\'iando su natural trayectoria, ha salido por la puerta sin hacer daño a nadie. El espanto los tenía a todos como petrificados. Cuando se pudieron reponer, empezaron a llorar a gritos, a pedir perdón a Dios y al Beato Diego y a publicar a voces el milagro. Gran número de señoras yacían en el suelo desmayadas. Esto sucedía a las cinco de la tarde, y ya bien entrada la noche, nadie se atrevía a salir de la Iglesia, porque un furioso pedrizco, de granizos de gran tamaño, estuvo cayen-

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