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-539- tana que tenía al lado opuesto, al principio, que salía a un despeñadero mucho más profundo que el del lado contrario y que terminaba en unos valles áspe– ros por donde corría aquel río y como que a lo lejos parecía oscuro. Al lado izq11ierdo de esta ventana o pequeiia puerta estaba una gradilla de madera, an– gosta y de dos gradas, como de medio palmo de fon– do y con algún declive, la que con suma facilidad se movía al tocarla, y no tenía otra seguridad que las cuerdas con que estaba bien atada a un pequeño te– rrado descubierto, que daba entrada a aquel grande edificio. Era necesario dar o subi r tres escaleras, las dos peligrosísimas de las gradillas y el tercero al suelo firme del terrado. Estas era imposible subirlas sin un milagro manifiesto; pero, viendo me llamaba de aquel terrado otro reli gioso capuchino y otra per– sona que no podía distinguir, temeroso del peligro, determiné dejar el peso que llevaba sobre los hom– bros, porque con él no subiría, y para ello volví den– tro y rre senté en el suelo, y haciendo diligencias de deponer la carga, me pareció esta como un gran saco, a la manera de arena, y tanta mi debilidad para deponerlo, que carecía de fuerzas para ello, hasta que no sé quien me ayudó, y creo que al fin lo depu– se. Volví a la pequeiia puerta ya dicha para subir, y a este tiempo desperté, llamada toda la atención al sueño. En lo profundo del despeñadero se veían por el lado de la dicha grada muchos cadáveres de per– sonas, que, al subir por ellas, habían resbalado y da– do en aque l horrible precipicio. Ya sé que no debo investigar el significado de estas cosas; mas no puedo separar de mí la necesc1- ria preparación de morir por medio de la deposición de aquel gravísimo peso de las culpas, que sin la di– vina gracia, es imposible, y que la muerte o el paso a la eternidad es tan terrible, cuanto que sólo
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