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-413- de nuestro remedio, y que, en efecto, ya todas las cosas han mudado de semblante. Pero me temo, hermano mío, que mientras yo viva ha de estar Dios enojado, poque mi monstruosa maldad sola es sobradísima para irritarle y qué se yo si también pa– ra impedir el fruto de las oraciones de tantos justos. Me lo temo. Te repito que no dudes de la utilidad de tu rogativa y que le ha sido a Dios muy agrada– ble. Su Majestad te lo premie, como lo espero de su bondad. » (1) Los sentimientos de nuestro Bto. Diego, al oir la in – timación divina, son admirables: «¿Qué diré a usted, Padre mío, de los efectos de la divina carta de us– ted del 20 del corriente? No sé si acertaré a decla– rarme . La recibí el 24 por la mañana, en la hora que llegaba de decir Misa, de haber hecho la diligencia de la indulgencia de Ntra. Madre Santísima de la Merced en su convento, día en que daba principio a los ejercicios espirituales míos , que voy continuan– do. Luego que llegué a leer la misericordia de Dios con nuestro reino, fué extraordinario mi consuelo; pero, leyendo lo que Dios por usted me dice y me manda, se inundó mi corazón de un júbilo inexplica– ble, acompañado de un rendimiento, resignación, resolución, celo, esperanza, amor, fortaleza, humil– dad, deseos y ansias por llenar todo el fin y la volun• tad de Su Majestad, tanto que, arrodillándome con lágrimas, dije: Ecce ego , Domine, mitte me, y aun uniendo mi intención a la de Ntro. Señor jesucristo, cuando, obedeciendo a su Eterno Padre, descendió de los cielos a redimirnos, le pedí se dignase conce– derme que con aquella misma voluntad yo me ofre– ciese, como con efecto me ofrecía,aobedecer la suya, en todo santísima y misericordiosísima. C1) Cartas interesantes etc. al Padre Francisco de Asís Gonzalez, 30 de septiembre de 1794.

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