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-509- testáis sentimiento alguno, sino que solemnizáis con públicas diversiones nuestra común desgracia, no só– lo en el acto mismo de suceder, mas también después de habérsenos comunicado tan desagradable noticia, ¡como si nos hubiera sido tan favorable, que hubie– se quedado el enemigo enteramente exterminado! Sí, ya lo sabes. Los días 28 y 30 de abril, en que nuestro ejército padeció en el Rosell ón el fatal gol – pe que ya sabemos, estabas tú en la plaza de los to– ros, gozando de aquella diversión, mientras tus hijos y tus hermanos o rendían la vida a los filos de la es– pada enemiga, o perdían su libertad quedando pri– sioneros, o trataban, llenos de pavor, de asegurar su vida con una vergonzosa fuga. ¿Y se'.·ás tal que quie– ras todavía continuarla? ¿Dónde está la religión? ¿Dónde la prudencia? ¿Dónde la humanidad? No, her– manos mios, no es medio este para exci tar la mise– ricordia del Señor, sino más bien para provocar su ira y para encender su furor. ¡Oh locura! ¿Para cuándo es la penitencia de nues– tras culpas y la enmienda de nuestra mala vida, a fin de aplacar la justicia de Dios, irritado contra noso– tros? ¿Para cuándo las públicas y re~ervadas rogati – vas con que se debe implorar la divina clemencia a favor de nuestras tropas y para el remedio de tantas necesidades? ¿Y para cuándo el ayuno , el cilicio, la limosna, la oración y la práctica de otras virtudes, sin las cuales, ni se desenoja al Señor ni se obtienen sus beneficios? ¡Qué indolencia! ¿Qué extraño es que sean tantos y tan continuos los males que padecemos? No lo dudes, putblo mío. Tú te olvidas de tus deberes; te alegras y te divier– tes en la ocasión que debieras contristarte por lo que han padecido y padecen tus hermanos; y, en lu- 35

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