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-491 - dia el Sr. Obispo. Después supe la investigación que algún sujeto particular había hecho de algunos de los textos que alegaba, y conjeturé no había sido en vano dicha cláusula, aunque dicha y reflexiona– da con bastante confusión mía. Las pláticas al clero fueron a la manera de un torno, que, dando vueltas, va apretando y sujetando alguna cosa, que al fin que– da sin efugio. No acierto, Padre mío, a explicarme de otra suerte. Bendito Dios, que desentendiéndose de mi bárbara ingratitud, se humi lla con inefable dignaci ón a poner sus santísimas pala bras en mis in– mundísimos labi os y hacerme que las pronuncie con toda la verdad de mi corazón y de mi alma. Pero ¿será creíble? Yo, siempre yo; siempre duro, insensi– ble, disipado etc. ¡Oh cuánto temo, si seré del nú– mero de los réprobos! No puedo apar tar esto de mí. Dios tenga miseri cordia de mi pobre alma. Del fruto nada puedo decir: sólo si que, habiendo venido a la ocasión del atentado de la muerte del Rey de Fran– cia, se contuvo enteramente la plebe en hacer otros tales con los fran ceses comerciantes que se hallan aquí, y fué necesario predicar sobre esto, para que no ejecutasen lo que decían .>> (1) Hasta aquí el Beato Diego . Ampliemos más este relato con las noticias que nos dan los biógrafos. Co– mo hemos visto, en medio de la Misión llegó la no– ticia de la muerte de Luis XVI. La indignaci ón con– tra los franceses llegó a ser tal, que toda Europa se armó contra ellos. En Málaga vivían muchísimos, unos dedicados al comercio y otros refugiados, hu– yendo de los horrores de la revolución. Ocultamente se tramaba un a conspiración para en un momento dado asesinarlos a todos . Empezó el Beato Diego una de las tardes su sermón, puso su tema y entró (1) Ciirtas de conciencia, G de marzo de 1793.

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