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-482- tonio de Sevilla y el P. Alcober, sucedido a un Pre– lado de la Orden de San Agustín, el cual lo testifica del modo siguiente: «Excitado de la sapientísima y conmovedora predicación del P. Cádiz, asistí varias tardes a la edificantísima Misión, última que hizo en Sevill a, la cuaresma del año 1792. Al elegir compa– ñero para salir de mi claustro, determiné fuese Fray Ricardo, religioso irlandés, recién venido de su pais. El gran con.:urso, que con justic!a formaba siempre su auditorio, nos impidió la proximidad al púlpito; y nuestra distancia , a un mismo tiempo que la voz ya débil del celosísimo Misionero, apenas me permitía le entendiese en lo literal de su sanísima doctrina. Ya me admiraba la g rande y continuada atención con que el dicho relig ioso irlandés aplicaba su oido a la predicación del P. Cádiz, al saber yo ser éste del todo ignorante del idioma castellano. Concluida la oración, preguntéle (por sólo el títul o de jovialidad) en lengua latina, qué había entendido de aquel gran sermón a que tanta atención había aplicado. Y cuan– do yo esperaba me dijese que nada había comprendi– do, como nada inteligente en el idioma en que el Siervo de Dios había predicado, respondióme las si– guientes formales palabras (aunque en latín): «Padre Lector (lo eru entonces de Teología) ¿por qué no predi ca vuestra reveren cia en castellano claro, como este Padre Capuchino, a quien he entendido de ver– bo ad verbum. Ayer oí a vuestra reverencia en nues– tro convento (predicaba yo la feria cuaresmal) y no comprendí otra cosa de todo su sermón que el tema, pronunciado en idioma latino. » En medio de la dureza de mi corazón, no pude su– jetar las abundantes lágrimas de ternura piadosa que exhalaron mis ojos al oir a Fray Ricardo, ni detener mis pies para no autenticarlo sin detención alguna. Lo presenté al M. R. P . Maestro Doctor Fr. Miguel

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