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-442 - de se hospedaba; su presencia se hizo necesaria para componer algunas divergencias entre sujetos princi– pales; tuvo que hacer un corto viaje a Ardales, lla– mado de un canónigo de Sevilla, 1 , por todas estas razones juntas, dilató la ida a Casares hasta media– dos de septiembre. Durante este tiempo corrió la noticia del Sínodo de Pistoya. He aquí lo que dice de él nuestro Beato Diego: «Remito a usted estos papeles para qae vea el estado en que se halla la Santa Madre Iglesia o en el que la tienen sus malos hijos. Verá usted el Síno– do del Sr. Obispo de Pistoya, que tanto vocean los mercurios a su favor; y verá el estado del empera– dor, que es muy diverso del que a usted habían ase– gurado. Su Divina Majestad se digne consolar a su divina Esposa . Me es muy amargo no ser el que de– bo para orar y ocurrir de algún modo a esta graví– sima necesidad, consiguiente al fin de mi vocación y de las repeiidas insinuaciones de Su Majestad sobre este punto, como a usted tengo anteriormente comu– nicado, y deseo eficazmente mi reforma para no ser desechado o excluido de esta gracia. Aseguro a usted que en llegando estos casos cal– man mis pasiones y parece pierden su actividad de sólo oír las aflicciones del Sumo Pontífice y con– gojas de la Santa Romana Iglesia. ¡Oh, si fuese yo tan feliz que lograse me hiciese Dios el beneficio de concederme dar la vida por esta Santísima Ma– dre!» (1) (1) Cartas de conciencia, 19 de septiembre de 1788. El Sínodo de Pistoya, celebrado por Escipión Ricci, Obispo de dicha ciudad, a instancias del gran duque Leopoldo de Toscana, en 1786, respondió a la tentativa jansenista y regalista de separar a los Obispos de la Santa Sede . Renováronse en él los errores jansenistas

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