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-427- de las repetidas órdenes del Soberano! ¡Cuántos hi– jos han vuelto a los brazos de sus padres, de que estaban distantes muchos años! ¡Cuántos padres han dado público testimonio de su piedad y religión, vol– viendo a sus hijos aquella tierna correspondencia de que estaban privados, o por sus infidelidades, o por alguna falsa preocupación, y por los que el siglo lla– man razones de estado o cánones de la etiqueta! Al trueno de la predicación del P. Cádiz se han visto pobladas las Iglesias de verdaderos penitentes, que con sus lágrimas y arrepentimiento le forman la más lustrosa corona. Son innumerables las confesio– nes generales que se hacen, y apenas pueden conso– lar los confesores a tanto concurso, como busca su remedio en el sagrado tribunal. Los templos se ven más asistidos a todas... horas , los sacramentos de pe– nitencia y comunión tan frecuentados, que en sólo alguno de los Conventos regulares iban a los ocho días ministradas más de 6.000 formas. Se ha observado generalmente una reforma grande en las costumbres. En los paseos y lugares públicos, donde el lujo y la vanidad hacían la pes– quisa de los espíritus débiles, amantes de la nove– dad y la preferencia, parece que se ha publicado de común acuerdo un entredicho el más riguroso de cuanto servía de incentivo a la licencia y desenvol– tura. Las casas respiran el aire suave de la unión y de la paz. Las calles ya no ven lo que antes solía dar en ojos a las personas menos recatadas y cir– cunspectas . La blasfemia y la palabra impúdi ca , que solían antes esconder las vidas castas, se han borra– do enteramente de entre las voces con que las expli– can el trato familiar y la amistad. Hasta en la boca de los niños, donde antes se oían cantares lascivos o desenvueltos, se han sustituido con el Trisagio de

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