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- 426- la peroración su.::nta y sentenciosa, y el acto de con– trición sobre todo. En el acto de contrición y con el Crucifijo en las manos es irresistible. Las acciones expresivas de su cuerpo y rostro; los abrazos con el Señor; aquel le– vantarlo y mirarlo tiernamente; aquellos coloquios tan dulces con que desahoga el amor que interior– mente le abrasa, no hay con qué compararlos. Aquel dulce vida de mi esperan:2a, con que lo estrecha en su pecho, es capaz de ablandar los corazones más ,empedernidos. Aquellas lágrimas que corren por sus mejillas, y las arroja su celo y caridad, liquidan la insensibilidad de los espíritus más obstinados. No movería tanto a compasión un hijo que se halla re– pentinamente a su padre muerto, traspasado su co– razón con mil heridas y que se abraza con su cadá– ver, como el P. Cádiz excita los afectos más tiernos y el dolor más activo, cuando nos presenta a Jesu– •Cristo en el estado en que le pusieron nuestras cul– pas . Como en Betulia se humillaron con públicas de– mostraciones de penitencia los israelitas, acosados del sitio de los asirios, y como en Nínive se libraron del amenazado exterminio sus habitadores por ha– ber oído la predicación de Jonás, así en Murcia se han visto, después de haber oido al P. Cádiz, los efectos más maravi llosos , que denotan la impresión que ha hecho la de este celoso ministro de! Evange– lio. ¡Cuántos enemigos han depuesto el~ y el en– cono, que no habían podido extinguir ni las persua– siones más eficaces ni las amenazas más terribles! ¡Cuántos matrimonios se han reunido , que siempre habían hallado pretextos para evadir el celo de los Prelados, y arbitrios para frustrar las intenciones

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