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-425- aquellos dichos y sentencias que alejan las disputas entre los doctos, y omite los que pueden parecer ri– díCL!los entre el vulgo ignorante. Discierne entre las obras verdaderas , apócri fas o supuestas. Huye de las corrompidas por los herejes o que han sido mal traducidas del griego . Guarda el mayor cuidado en citar enteras aquellas sentencias, donde se hallan alegorías elegantes, fras es espléndidas, o laconis– mos misteriosos,porque la mutilación puede ocasionar desdoro a la verdad de los dichos o a la santidad de los autores . Nunca alega o transportes de un celo ni– miamente ferv0roso o rigores de un espíritu severo. Se conoce que el P. Cádiz tiene formado desig– nio de no pronunciar expresión que no esté proba– da con la autoridad de la Santa Escritura. Esta y los libros de los Santos Padres son los dos lugares tópi – cos de donde toma todas sus pruebas; y aquí es don– de se conoce el estudio que ha hecho de esta santa lección. No se ha contentado con leerlos y mandar– los a la memoria, sino que ha pasado a entenderlos y escudriñar sus más escondidos arcanos, según la máxima de S. Agustín. Rarísimamente se vale de los testimonios de la autoridad pagana, como que tiene bien presente el encargo de S. Pablo, y como que se avergüenza de que en la boca de un apóstol, de un ministro de Je– sucristo y de un fiel dispensador de la santa palabra, se oigan ecos y sentimientos, que tuv ieron su prin– cipio entre los delirios de la gentilidad. Los asuntos de sus sermones no son como los que regularmente tienen los misioneros, destinados a ta– les días. La economía de sus discursos evidencia que es un orador perfecto . La proposición es siempre es– cogida, la división muy natural y clara, las pruebas fuertes y convincentes, la confutación eficaz y viva,

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