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-423- comenzó la Misión en la plaza de Santo Domingo. Tuvo que ser suspendida los días 12 y 18, porque fué tal la muchedumbre, que arrolló a la tropa y se temió un conflicto, y otra tarde a causa de la lluvia. Asistieron a la Misión el Ilmo. Sr. Obispo, el Cabil– do Catedral en pleno, los Inquisidores y miembros del Santo Oficio, las autoridades judiciales y el Ayuntamiento, el clero secular y regular, los regi – mientos de Pavía y el Provincial y toda la nobleza. Hecho el cálculo de las gentes que acudieron a la Misión, se cree que se juntaron 42.000 personas, (1) y, en tanto concurso, no ocurrió ninguna desgracia, ni se quedó ninguno sin oír al Beato, ni tampoco, habiendo quedado desierta la ciudad por oírle, seco– metió robo alguno en las casas y comercios, abando– nados completamente por sus dueños . A quien hubo si que guardar con una fuerte es– colta de dragones de Pavía fué al santo Misionero, y aun así no se pudo evitar que le cortaran a peda– zos el hábito. El autor de la «Rel ación de la Misión de Murcia » describe así la impresión que le causó la elocuencia del santo Apóstol: «Que1er formar un di – seño de la predicación del P. Cádiz es imposible, como él mismo no lo haga. Con todo, aunque su hu– mildad lo repugne, es preciso decir lo que hemos visto y oído. El P. Cádiz ha estudiado sus sermones en la Biblia y luego en la oración . En el estudio de la Santa Escritura es profundísimo; le falta muy po– co para tenerla toda en la memoria. Aquel estilo de S. Bernardo, que convirtió los Libros Sagrados in succum et sanguinem, que e~cribía y predicaba de– rramando las sentencias del Espíritu Santo, como si fu era caudal propio , este es el estilo del P. Cádiz. Usa admirablemente de la vehemencia en el de- (1 ) Relación de la Misión de Murcia, pág. 54.

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