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-382- nía orden suya para que me presentase sin falta lue– go que llegase. Pasamos a B. L. M., y, usando toda su autoridad, me ha detenido para que le haga Mi– sión desde hoy hasta el día de Todos los Santos, sin admitir excusas, causas, ni alegato alguno. Me he convenido, y lo más a residir en su Palacio, porque no bastan razones, súplicas ni empeños para lo con– trario. Creo hablará a usted de esto el Sr. Magis– tral, y así por la brevedad lo omito. Aquí empiezo a reconocer cuánta necesidad hay de que Dios se desentienda de quien soy para obrar, según su mise– ricordia, y que me dé su espiritu y libertad apostóli– ca para hablar a los mismos superiores lo que es de– bido y conveniente. El miedo de no hacerlo así, y de no acertar a conocer cual es la prudencia evangé– lica en estos casos, me tiene el interior en una pren– sa de mil justísimos temores, porque me parece callo demasiado para no exasperar. » (1) La Misión de Cuenca, según afirma el P. Alcober, fué de mucho fruto. El mismo Beato reconoce que Dios lo llevó allí por sus incomprensibles juicios. Maravillosa obediencia del B. Diego .-Al salir de Cuenca llovía y nevaba copiosamente. Enterneció– se el Sr. Obispo, y trató con razones y ruegos de persuadirle que esperara a que cesase el temporal; mas viendo que no conseguía detenerlo, se hincó de rodillas delante del Beato Diego, diciéndole: - Padre Diego ¿qué dirán todos los que le vean salir de mi Palacio en un día tan crudo y lluvioso? ¿Qué juicio harán de mí? - Señor llustrísimo,-contestó prontamente el Beato Diego -lo que dirán será que cumplo con la obediencia, que me manda ir sin detención a Zara– goza. (1) Cartas de conciencia, 24 cte octubre de 1786.

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