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-378- la casa del síndico de los Capuchinos para pasar la noche, el cual -los recibió con visible disgusto, les · pidió las obediencias, les hizo infinidad de pregun– tas impertinentes y les puso una parca cena, desig– nándoles una habitación con tres camas para que descansasen. Preguntó al Beato que cómo se llama– ba, y le respondieron sus compañeros queFr.José de los Puertos, con lo cual no decían mentira ninguna y se evitaban la serie de molestias que le producía su fama, no dejándolo, no ya descansar, porque no conocía el descanso, sino ni hacer oración ni respi– rar siquiera. Serían ya las nueve y media de la noche, cuando sonaron unos descompasados porrazos en la habita– ción. Levantáronse sobresaltados, y creció más su alarma al ver una porción de hombres armados, que les intimaron ásperamente que los siguieran. Hiciéronlo así, mientras el dueño en otra habita– ción presenciaba la salida, y los llevaron a un mesón, donde a fuerza de golpes lograron que abrieran, y los metieron a todos en una habitación vacía, co– rriendo el cerrojo por fuera, y diciéndoles que, como eran gentes sospechosas, allí pasarían la no– che seguros. Sin duda obraban en combinación con ,el sindico. No había en la habitación sino una cama de cordeles, en la que obligó el Beato Diego a acos– tarse al Padre Otura. Rehusó éste, alegando su es– tatura gigantesca y lo corto de la cama; pero, como el Siervo de Dios era también de estatura atlética, no valió la razón, y hubo de ceder. No es para describir la alegría que le entró al Beato Diego, al que se le presentaba ahora ocasión para desquitarse de tantos honores, hospedajes en palacios y comidas espléndidas, sufriendo algo por Cristo. Pusieron él y el donado por almohadas las alforjas, y se acostaron en el santo suelo, sin poder

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