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-373- beldes; los amenazó con un castigo visible que reci – birían del cielo, y llamó a los ángeles exterminado– res y pidió al grande Elías bajase de su carro de fuego para vengar la causa del Señor. Habló con pala– bras tan valientes y enérgicas en tanto grado, que cayó muerto de repente un hombre, muchos queda– ron desmayados e innumerables mujeres, con mal de corazón y alferecía . Pero lo más raro de este asombroso caso fué, que en medio del sermón se re– tiró a su Convento, diciendo que no quería concluir la santa Misión, que Dios así se lo mandaba, que sa– cudiese el polvo y los dejase. Nada bastó para de– tenerlo, ni las lágrimas de todo el pueblo, ni las ren – dirlas súplicas de la ciudad, corregidor, clero y de muchos religiosos. Resuelto finalmente a dejar a Eci– ja, se encerró en su celda, y el pueblo de hora en hora deseaba verlo con más ansias y que continuase en sus tareas apostólicas, llegando a tales términos este exceso de santa locura, que el Comandante de las armas había determinado ya tomar con tropa to– das las avenidas a fin de que no se huyese. V. P. R. puede considerar con qué dolor, quebranto y amar– gura se hallarían estas gentes. Pero ¡pensamiento precioso y que ha llenado de gloria y de honor a la santa Religión del Carmen! En la mañana de ayer, martes , determinó esta Comunidad llevar a Capuchi-· nos a nuestra Madre, y habiéndolo puesto por la obra, pasósele recado al P. Cádiz que saliese de su encierro, que María Santísima del Carmen le espe– raba, y que venía a empeñarse para que continuase la santa Misión y no contristase más a este afligido pueblo. A tan poderosa voz se rinde, baja como un rayo, y puesto delante de la imagen, queda como extático, se deshace en lágrimas, y volviendo, como pasado un cuarto de hora, de su rapto, exclama: Unde hoc milzi, ut veniat Mater Domini mei ad

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