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-13- de estos dos prodigios: el primero de una opinión de santidad en la Comunidad no vulgar (pero yo sin co– sa de virtud inte rior); y el segundo que, siendo i,n– capaz de leer el castellano sin fastidio mio y de quien me oía, luego que vestí el santo saco, leía con tanta perfección, que strvía de admiración a todos: esto de pronto, sin entender yo de donde me venía tanto bien. Desde entonces fué mi ardiente deseo ser ca– puchino, misionero y santo , hasta lograr dar mi sangre en el martirio ». (1) Ya dentro del Noviciado , deslizase su vida en la oración y la penitencia. Nada se le hace difícil, nada enturbia sus primeros fervores, y su corazón, sen– cillo y dócil, va recibiendo las enseñanzas de su Maestro, que lo educa en el espíritu de la Orden, en las tradiciones gloriosas de los antiguos padres y de los grandes misioneros capuchinos, en la perfecta observancia de la Regla y Constituciones y hasta en las más pequeñas ceremonias. Su Maestro lo so– mete a duras pruebas y humillaciones, que soporta con alegría edificante el humilde novicio; pero el de– monio, envidioso de su virtud, y viendo la formación del nuevo apóstol, lo somete a una tentación, tan horrible y dura, que el tierno niño de quince años necesitó de la ayuda del cielo para no sucumbir a sus engaños. Representábasele ahora que Dios lo llamaba pa– ra dominico y que había errado su vocación. Sentía en su interior tal desidia, tal repugnancia en las prácticas de la vida religi osa, t al flojedad y caimien– to de ánimo, que la noche y el día los pasaba en un continuo tormento. Unas veces pensaba que la Co– munidad lo desecharía por inútil; otras que no ten- (1) «El Director Perfecto».-Carta del 16 de julio de 1779. 4

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