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-364-- auditorio sobre su inobservancia y que en fuerza de ella y de haberse entregado al .ídolo de todos los vi• cios, merecería se hiciese con el aquel santo libro lo que Moisés con las tablas de la ley , y que entonces con ardor extraordinario descuaderne el libro, y, sin romper las hojas, lo arroje al pueblo, proponiéndole lo que esto significa, lo que por esto merecen y que ya llegó el tiempo en que saque Dios la espada; mandar o pedir al Señor que se esconda para no ver esta profanación; a la tierra que se estremezca, etc. Prevenirle que si algo de esto sucediese aquella no– che, no lo extrañen, y concluir que, pues ellos así dejan a Dios, yo en su nombre me retiro de ellos, y huirme. Igualmente se propone que no habrá desgra · cias, o por lo menos creo quiere Su Majestad le pi• damos no las haya , sino algún aviso que sólo sirva para mover los ánimos . Yo no sé, Padre mío, cómo significar a usted el todo de lo que en esto se me pro– pone y qu.é dulce es esta caridad ardorosa, o cuánto inclina este ardor a desear y esperar el bien de este pueblo. Dios dé a usted luz para conocer su santísi– ma voluntad y para decirme lo que he de practicar en esto, pues en ello fundo mi seguridad. Padre mío, por Dios que no haya castigos de muertes, como en tiempos de Moisés. Nuestro Señor nos enseña que su espíritu es de paz y de caridad con los peca– dores, y como me miro al frente o en la cabeza de todos, temo tamb ién por mí. A mi venerado abuelo y a mi hermana que clamen por este empeño mío.» (1) «La Misión va siguiendo en la plaza-añade en otra-con unos concursos no pequeños; mas el fruto no parece: hay confesiones generales, pero no mu– chas. No se advierte movimiento o moción general, cual la apetecemos, me parece se mira con indiferen- (1 J Cartas de conciencia, 25 de noviembre de 1785.

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