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- 3~5 - de verme del todo perdida, no haciendo lo que el Se– ñor disponía, llenando al mismo t iempo mi corazón de deseos de seguirlo, aunque perdiera la vida. En– t onces me mostró el Señor el camino más claro, lle– no de espinas y montes, viendo al clérigo que tenía en la mano un cuchillo, y con gran presteza iba qui– t ando del bosque de mi interior todas las marañas y espinas que lo sofocaban, y que, hecho esto, me ha– cía correr por iodos los montes y espinas del camino, mostrándome el Señor lo mucho que padecería, pero confortada; y como el Señor me t enía, me abracé con t odo, pero me espinaba, como en todo flaca, ver lo que tenía que padecer. Con este, conocí, en la forma que yo podía, que más descanso era comunicar todo mi interior; y, para que yo pudiera vencerme a ello, me dijo el Señor: «Yo le daré luz al clérigo. )) Y vi cómo se la daba, y era bañado todo de resplandores, con lo que conocí yo nada tenía que temer, y que no me llevaría por otra parte, que con toda seguridad podía hablarle . Y así se mantuvo este Seiior todo amor, sin dejarme de fortalecer y enseñar el modo cómo se ha de tratar con el confesor. )) (1) Teniendo todo esto en cuenta, cabe preguntar– nos: ¿Hasta qué punto las dudas, las asperezas y los errores del Padre Alcober fueron permitidos para probar y acrisolar al Beato Diego? El mismo Padre Alcober tuvo momentos, en los que quiso retirarse de tantos cuidados como le daba el ministerio y di – rección de las almas. El Señor lo mira con ceño se– vero, y lo amonesta por medio de Sor María Ger– trudis, advirtiéndole que se perderá y perderá a Dios, si se retira, creyendo encontrarlo. Por más que contraste la dirección suave y delicada del Pa – dre González, con la robusta y agria del P. Aleo - ( 1) Vida de la M. Sor Gertrudi~, pág. 63.

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