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-323- ber era un sacerdote austero, en el que predominaba la inteligencia, a costa del corazón y la sensibilidad. Cercado el Beato por tantos y tan difíciles asuntos, consultas gravísimas y dificultades, propuestas por los más sabios de España; sin tiempo para estudiar– los a fondo, aunque empleaba gran parte del día y de la noche en su estudio y resolución; sin medios y sin libros muchas veces, a causa de su continuo via– jar; acobardado por su misma humildad, como lo hemos visto en sus cartas, necesitaba un hombre de consulta, cuya decisión fuera para él definitiva, y esto es lo que buscó en el Padre Alcober, según se pue– de comprobar por su correspondencia. Tendía natu– ralmente al rigorismo, y en algunas cuestiones hubo de discrepar de él nuestro Beato Diego; pero esto mismo le daba mayor seguridad en sus dictámenes. El Beato Diego tenía al P. Alcober por «sujeto de notoria virtud, singular magisterio de espíritus, con– tinua práctica y profunda erudición y doctrina. » (Respuesta al Padre Saucellas.) «No me guié en la respuesta por mi propio capricho- añade - sí que lo consulté con quien entiende inmensamente más en estas materias, y se halla en ellas versadísimo. » ([bid). En la vida de la M. Sor María Gertrudis del Co– razón de Jesús hay dos pasajes , que sirven maravi– llosamente para juzgar al Padre Alcober. El uno es el modo cómo se le da a la Sierva de Dios por Di– rector: «Estando así toda resignada , repentinamente se me mostró el Señor en un lado del coro. Yo como le ví, conocí tenía asido, con el brazo derecho echa– do al cuello, a un clérigo, que yo a la primera vista no conocía, y tenía el Señor como escondido, y en– tonces me dijo el Señor: «Este es el confesor que

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