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-321 - estoy abandonado de Dios, como lo merezco, y de que aun no me han colocado en el número de los ré– probos. ¡Que sé yo, Padre mío, hasta donde llega lo que mi alma experimenta con estos felicísimos anun– dos! Permítame asted le diga es este uno de los tes– timonios visibles que el Señor me da de ser usted el legítimo sucesor de mi difunto Padre; pues, habién– dole Su Majestad dado t an ta luz sobrenatural para prevenirme con mucha anticipación de lo que me es– pera, con la reflexi ón de que cuando llegase este tiempo ya no viviría, y que Dios proporciona ría -otro que me asistiese, según que lo necesitaba, lo veo puntualmente verificado y con iguales maravillo– sos efectos entonces y ahora. » (1) Muy distintamente ha sido juzgada la dirección del Padre Alcober. No es ciertamente aquel insigne místico sevillano, de ciencia altísima, larga expe– riencia, ternura y delicadeza incomparables, que se llamó el Padre Francisco J. González. Hemos de ver, por el contrario, a un hombre que sufrió muchas dudas, grandes pusilanimidades y mayores equivo– caciones en la dirección del nuestro Apóstol, hasta ponerlo en trances amarguísimos. ¿Por qué le eligió entonces el Beato Diego? ¿Descubrió en él dones de Dios , cualidades superiores o algo desconocido que le fascinaba, como afirma el Padre Ambrosio de Val encina? A nuestro juicio, dos razones le movieron a to– marlo por Director. La una, ya hemos visto por las cartas copiadas que fué el conocer que esta era la voluntad de Dios, según se lo comunicó la Madre Gertrudis . La otra , no menos importante, fué su cien– cia en resolver los asuntos más arduos. El P adreAlco- (1) Cartas de conciencia al P. Alcober, 8 de junio de 1784.

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