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-s- Encendióse con es to un fuego en mi corazón, que , aun no teniendo yo más que trece años, me desha– cía por el retiro, el trato con D ios, la mortificación ·etc. Llevado de estos deseos , sin consultarlo con •otro, me até algo fuerte unos cordeles a la cintura y muslos, que impidiéndome para andar, respirar etc. , hube de quitar uno y aflojar algo los otros. mas no tanto que no me hiciesen algunos notables cardenales, porque de noche y día los tuve muchos días: el de la cintura hasta que alguna ll aga que for– mó me obligó a dejarlo, y el del muslo hasta poco antes de venir a tomar el santo hábito. Había en el convento un sacerdote ejemplarísi– mo con el que me confesé, y con su dictamen lo ha– cía todos los domingos, con grande consuelo y utili– dad mía, pues la menor imperfección me parecía una ·montaña, sin declinar jamús en escrúpulos, antes 111e reía de ellos. Al oir a este religioso, que tenía don especial de hablar de Di os, me encendía en di– vino amor, y en unas ansias insaci ables de ser santo: para esto, sin entender estas cosas ni aconsejárme– lo alguien , formé un librito de propósitos de aque– llos ejercicios y virtudes más altas que a mi se me proponían o leía en los santos (este librito se me per– dió en el Noviciado). T odo mi afán era ser capuchino para ser misionero y santo,· y así me entretenía para divertir mis ansias, en cortar o forma r de pa– pel capuchinos con la cruz en la mano en acción de _predicar o pintarlos con saliva en las puertas o me– ·sas etc. Obligado por mi interior, me resolví a pedir el santo hábito al P . Guardián de allí, quien me respon– dió lo diría a mi Padre. Yo con el miedo que le te– nía lo excusé; pero, instado de mi interior, volví a clamar, y el Prelado, no haciendo caso de mi miedo, ílo dij o a mi Padre , y resultó una terrible conjura-

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