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- 304 - lez es uno de aquellos a quienes ha cabido ser con– tados entre los hijos de Dios y que su suerte ha sido entre la de los santos; pinta la desolación de sus dis– cípulos y dirigidos, y pasa a enumerar las revelacio– nes sobre la gloria de su Director. «Uno de ellos, dis– tante algunas leguas de Sevilla, en la misma hora que falleció su bendito Padre, sintió oprimido su co– razón con una extraordinaria gravísima congoja, que casi le hacía agonizar de tristeza . Siguió así, no sa– biendo a qué poder atribuirlo, sin tener sosiego ni de noche ni de día, hasta que al cuarto le llegó la noti– cia de su fallecimiento . Sorprendida esta persona con tan no esperado aviso, se fué a la Iglesia a ofrecer a Dios su dolor y encomendarle el alma de su difunto Padre; pero tan lleno de amargura su espíritu, que en el resto del día y en el largo espacio de la noche ni pudo contener el llanto, ni le dejaba sosegar un solo instante. Encendida la cabeza, angustiado el ánimo y debilitadas las fuerzas con la falta de al i– mento, perdió el sueño, en conformidad que casi le trastornaba el sentido . En este apuro clamó a su ca– ritativo Padre, confiado en su experimentado favor, diciéndole: Padre González mío, haced que me duer– ma, porque de lo contrario no podré atender mafiana a mis obligaciones; y se quedó luego dormida con dulce y apacible sueño. En él se le representó vesti– do con su hábito, y sentándose a la cabecera de la cama, le dió altísimos espirituales documentos sobre la práctica de las virtudes, negación de la propia vo– luntad y trato interior con Dios, confirmándole o re– produciéndole las delicadas doctrinas con que duran– te su vida le había enseñado el alto y delicado cami– no de la perfección. Derpertó a la mañana tan vigo– rizadas las fuerzas corporales, que pudo atender a sus penosas faenas, y su espítu tan aprovechado, que en la suave, dulce y fácil práctica de lo que había

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