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-285- la ordinaria desolación en que siempre vivü creció a un extremo indecible; el interior fué ocupado de una nube o tiniebla densísima, que me dejaba incapaz aun de pensar lo que había de predicar; la congoja y amargura era desmedida , y todo lo demás era con– siguiente a esto. Resolví , por últ imo, que el primer sermón fuese como una homilía del capítulo pri– mero de Isaías; pero lo hice tan caído el interior, estéril de voces, falto de afectos, etc., que apenas podía hablar. (1) (1) Nada más apropiado para qué el «ministro ple– nipotenciario del Soberano de los Soberanos» hablara a España que el capítulo I de Isaías: «Oid, cielo-;, y escucha tú, oh tierra, porq11e el Señor ha hablado. Crié a mis hijos y los exálté; mas ellos me nespreciaron. Conoció el buey a su dueilo. y el asno al pr sebre de su señor; mas Israel no me conoció ni me q11iso enten – der mi pueblo. ¡Ay de la nación pecadora, del puebl o lleno de ini– quidad, descendencia malvada, hijos crim inales! Aban– donaron al Señor, blasfemaron del Santo ele Israel, le han vuelto las espaldas. ¿Qué castigo os mandaré ya, si no cesáis de preva– de ar? Vuestra tierra quedará desierta, vuestras ciudades serán incendiadas, devorarán los extraños vuestras re– giones, y será desolada, como la soledad que sigue a la batalla. Quedará abandonada la hija de Sión, como la caba– Ila de la vilia, como el tuguri o del melonar, como la ciudad devastada. Si el Señor de los ejércitos no nos dejara descen– dencia, seríamos extinguidos como Sodoma y semejan– tes a Gomorra. Oíd 'n palabra del Seil or, oríncipes ele Sod 1ma, es– cuchad la ley del Señor, pueblos de Gomarra. Si quisiéreis y Ilegáreis a oírme, comeréis los bienes de la tierra.

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